La plata quemada y su lado bestia
Acabo de terminar de leer “Plata Quemada” librazo de Ricardo Piglia, escritor argentino (1940-)… pero volvamos más atrás.
El sábado pasado escuché por segunda vez en mi vida una versión de “Take a walk in a wilde side” (original de Lou Reed) en versión de un español, Albert Plá (ahí me enteré que era él quien cantaba), haciendo una verdadera versión de nombre, creo, “El lado más bestia de la vida”. El tema fue que siempre había tenido la impresión de que el lado salvaje, bestia, anómico, disparado, lanzado, sexual, como uno guste, residía en el Nueva York de Reed, ese setentero, con la Factory de Warhol y el “vuelta y vuelta” (¿alguien vio Velvet Goldmine?... bueno algo así, pero en Nueva York) como ley principal. Ahora bien, el Sr. Plá, también podría haber encontrado algo en su España ochentera post franquista (las primeras películas de hoy casi hollywoodiense Almodóvar, son una buena muestra de ella) también puede haberse dado algunas vueltas en algo similar…
Ahora, unimos el atrás y el presente: ¿De dónde plata quemada de Piglia, con el lado bestia de la vida? Sencillo, en su relato y sus personajes, y así nos damos cuenta que el lado bestia pudo haber estado siempre en cualquier momento y en cualquier lugar.
Piglia cuenta la historia del robo a un banco en Argentina, a mediados de la década del 60’, en el cual los ladrones se caracterizaron por actuar con una violencia desmedida. Y relata también, con maestría, toda la fuga y el fin de la huída, con varias bajas, en Montevideo, después de un tiroteo de 15 horas. Esto ocurre en todos lados y no hay demasiada anormalidad, como para que mi abuela (o mi madre, para el caso da igual) salte y diga el lado más bestia de la vida, con suerte se persigna y reza por los muertos, en ningún caso pone cara de asco y reacciona esbozando la moral por delante.
La banda que roba el banco la componen 5 hombres del verdadero bajo fondo Argentino de la época. Sin embargo hay dos que resaltan por su carisma en el relato, el mismo Piglia los retrata en el primer párrafo de su libro:
“Los llaman los mellizos porque son inseparables. Pero no son hermanos, ni son parecidos. Difícil incluso encontrar dos tipos tan diferentes. Tienen en común el modo de mirar, los ojos claros, quietos, una fijeza extraviada en la mirada recelosa. Dorda es pesado, tranquilo, con cara rubicunda y sonrisa fácil. Brignone es flaco, ágil, liviano, tiene el pelo negro y la piel muy pálida como si hubiera pasado en la cárcel más tiempo del que realmente pasó.”
Detalles a agregar para ir adentrándonos en ese lado que está en todos los momentos: son homosexuales o heterosexuales según gusten (sabían que el concepto de “taxi boy” proviene de la época), de rasgos orgiásticos, de encuentros furtivos con quien sea (con o sin dinero de por medio), a mitad de la noche, en un baño de Montevideo, bajo un puente en las afueras de Buenos Aires, en la cárcel, en un establo, en una pieza de hotel. Todo acompañado de anfetaminas, jale, marihuana (cuando ya no hay nada más fuerte), y alcohol. Son respetados en su submundo –derribando así muchos prejuicios de por medio-, temidos, leales y honorables. Odian a la policía por sobre todo, creen (tal como he leído en los baños de Gómez Millas) que matar a un “cana” es salvar un alma. Católicos, mueren rezando mientras matan. Si los atrapan no hablan, aunque mueran, literalmente, cagados en la parrilla. Son de temer y la policía lo sabe. No temen morir y no aguantan su huída por el dinero robado, el cual es quemado en la mitad del enfrentamiento final, sino que porque es el destino que se han escrito a sí mismos.
En los últimos capítulos se relata con detalles y minuciosidad verídica cada una de las horas del enfrentamiento final, en donde Dorda, Brignone y uno más de sus secuaces, aguantan a punta de cocaína balas y sangre. Se enfrentan, acorralados en un departamento, a cerca de 300 policías uruguayos, y un odiado comisario argentino, el comisario Silva, que no dejan de disparar. Y son más las bajas experimentadas por los 300, que las dos bajas del otro. El último supervivente es Dorda, que metrallea con Brignone, su amor, en sus brazos, mientras la policía entra a detenerlo luego de 15 horas. Es el que sale en camilla mal herido y es linchado por policías y periodistas, finalizado por el puño seco de Silva que termina ensangrentado. Antes Dorda le había dedicado, por el citófono del departamento, le había dedicado la prosa más bestia de ese lado de la vida:
“Pero por qué no subís vos, apuráte, a tu hija le están haciendo el culito y vos acá como un gil, la tienen en el baño del telo, un flaco con un gorompo como un brazo, y ella da grititos de gusto y se caga encima cuando empieza a gozar.”
Acuérdense: Ricardo Piglia – Plata Quemada (gentileza del Bibliometro)
Lou Reed – Take A Walk In A Wilde Side
Albert Plá – El Lado Más Bestia de la Vida